Lucía y la cámara olvidada -Capitulo 15 -“Fusión nuclear”

Varios días más tarde, a mediados de semana, se dieron cita en la buhardilla para terminar el proyecto y con él la investigación familiar de Lucía. El primero en llegar fue Juan, arrastrando aún los nervios que a duras penas podía controlar desde el día del cine. Estar junto a Lucía le alteraba. Eran nervios buenos, pero nervios al fin y al cabo. Se saludaron con un beso en la boca, rutinario, como el que se dan las parejas, como los novios que ya consideraban que eran, y subieron las escaleras hacia la buhardilla cogidos de la mano, Lucía guiándole con paso sereno y Juan observándola varios escalones por debajo de ella.


Unos minutos más tarde llegó Ally con su jovialidad acostumbrada y con merienda para todos. Era típico de ella dar esas sorpresas de vez en cuando, quizás por su eterna voluntad de encajar y de ser aceptada en el grupo, dondequiera que estuviera ese grupo.


—He pasado por De Pedro, la confitería de aquí al lado, y he comprado estos dulces, unos bollos de leche. ¿Os gustan? Perdón, quizás os tendría que haber preguntado antes.


Antes de contestar Lucía ya se estaba relamiendo los labios.


—¡Me encantan! Sus dulces son mis favoritos, gracias. Me encanta todo lo que hacen —agradeció Lucía a su amiga, y tomó la iniciativa de abrir el paquete con cierta ansia por probar esos dulces que la retrotraían a su infancia, cuando sus padres se los compraban al salir del colegio o en ocasiones especiales—. ¿Los conoces, Juan?


—No, la verdad es que no. No suelo venir por aquí mucho. Bueno, ahora sí —se ruborizó y agachó la cabeza para disimular.



—Tienes que probarlos, en serio —añadió Ally mientras sacaba uno del envoltorio—. Oh my god —dijo poniendo los ojos en blanco mientras masticaba.


—¿Alguien sabe algo de Pablo y Lola? —preguntó Lucía mientras se entretenía saboreando y chupándose los dedos.


Tanto Juan como Ally se encogieron de hombros, era habitual que llegaran tarde. Desde que eran pareja se comportaban como los típicos tórtolos enamorados y olvidadizos a los que todo les deba igual. El grupo se había acostumbrado ya a ello, así que no le daban demasiada importancia. Decidieron seguir merendando para hacer tiempo. «Casi mejor que lleguen tarde», pensó Lucía, «así disfruto de los bollos». Los tres amigos intercalaban agradable charla con cada bocado. Hablaron de cotilleos de instituto, de banalidades y, como no, del proyecto, concretamente sobre cómo llevaba Lucía los últimos descubrimientos. Entre pitos y flautas no dejaron ni una migaja y, de repente, cuando más absortos estaban en la conversación, sonó el timbre.  


Eran Lola y Pablo. A juzgar por sus caras parecían haber visto a un muerto.


—¿Qué pasa? —preguntó Lucía mientras aún sostenía la puerta de entrada—. Anda, pasad.


Los dos estaban algo cabizbajos.


—Nada, nada, no te preocupes —contestó Lola resolutivamente sin darle importancia a la cara de pocos amigos que portaba.


Pablo abrió la cara como con ganas de decir algo, pero se contuvo de decir nada sobre todo después de que Lola le hiciera un señal casi codificada con la mano. Tras estos segundos de incertidumbre por parte de Lucía, de mansedumbre por parte de Pablo y de mirada esquiva por parte de Lola, los tres subieron las escaleras.


—Hola, ¿qué tal? —preguntaron  Juan  y Ally al unísono.


—Bien —contestó Lola mientras dejaba la chaqueta  sobre una silla.


—Bien, repitió Pablo.


«Para qué decir otras cosa», pensó.


— Anda, bollos de De Pedro, veo que habéis dejado para los demás —esbozó Lola con sarcasmo.


— Sorr..., lo siento, nos hemos puesto a comer y a hablar y como tardabais tanto pues no nos hemos dado cuenta —a Ally se le escapó una inocente sonrisa que logró no transformar en carcajada.


— Sí, perdón, chicos —añadió Lucía.


Pablo ni se molestó en contestar. Aunque era de buen comer, su mente se encontraba en otro lugar, y hablar de comida en ese momento le parecía la tontería más grande del mundo.


—Bueno, ¿empezamos?


Todos se acomodaron donde encontraron lugar, algunos en el mullido sofá, otros en  el suelo y prepararon todo lo que necesitaban para tomar notas. Una vez listos, el grupo se dirigió a Lola con la mirada esperando que, como era habitual, fuera ella quien comenzara a dirigir la orquesta. Lola era una líder natural, todos lo sabían,  y a lo largo del  proyecto lo había demostrado y con creces. A decir verdad, más que de líder del grupo había conseguido ejercer de capitana, pues no solo organizaba, también se había encargado de encaminar el apoyo moral siempre que se necesitó, especialmente el dirigido a Lucía. Pero hoy no estaba dispuesta a ello.


—¿Por qué me miráis todos? ¿No somos un grupo? Pues hale, que empiece otra hoy.


Las palabras de Lola, que sonaban mucho a queja y a orden, adoptaron un tono desagradable que evidenciaba que ocurría algo. Ally, Lucía y Juan fruncieron el ceño, extrañados, mientras miraban a Pablo por el  rabillo  del ojo para cerciorarse de si ese mal humor tenía que ver algo con él. Este, al sentirse aludido, decidió hablar.


—Veréis, Lola y yo hemos roto.


Sus palabras fueron inesperadas para todos, pero supusieron un gran descanso para Lola quien respiró aliviada al saber que ya no había nada que ocultar, ni fingir.  Ya no deberían esconderse para besarse, pues no habría más besos entre ellos. Ya no habría..., nada. Se acabó. Se quitó un gran peso de encima, aunque al mismo tiempo opinaba que era lo mejor ya que, como amigos, funcionaban infinitamente mejor que como pareja. 


—No os preocupéis, lo hemos hablado mucho y es lo mejor. Por eso hemos llegado tarde hoy. Pablo y yo nos queremos mucho como amigos, ¿verdad?—. Preguntó a su ahora amigo mientras este asentía dándole la razón.


—Si, estamos bien, es lo mejor. Nuestra amistad está por encima de discusiones tontas, y teníamos muchas. Como amigos somos los mejores pero como pareja somos un desastre.


Lucía, Ally y Juan se quedaron sin palabras. ¿Qué decir a una pareja que acaba de romper? Máxime cuando sus  miembros son amigos por igual. Dada la dificultad de la situación y esperando que cualquiera de los demás tomara la iniciativa para hablar, ninguno fue capaz de abrir la boca, pero tras unos segundos que se eternizaron y que consiguieron que el ambiente se cargara de una tensión irrespirable, Lucía habló.


—Bueno, al menos no habéis perdido a nadie  vital en vuestras vidas ni os acabáis de enterar de que el mejor amigo de vuestros padres está implicado en su muerte.


Las palabras de Lucía, sin saber cómo, consiguieron tener un efecto bálsamo y tranquilizante, también de intriga, pero sobre todo hicieron posible que todos empezaran a reír porque, en efecto, nada de lo que les pudiera pasar podría nunca ser más grave que la pérdida de unos padres en un accidente en, al menos lo creían así, extrañas circunstancias. 


—Claro que no, boba. Ven aquí. —Dijo Lola a su amiga con ojos vidriosos y aproximándose hacia ella para darle un abrazo.


A Lola se unieron Juan, y después Ally y Pablo. Todos se fundieron en un abrazo largo, de amistad, de esos que unen las almas y crean un escudo infranqueable de lealtad. Sus núcleos, los corazones de los cinco, se fusionaron, the team era ahora una unidad en la que nadie se diferenciaba de los demás. Pero una pequeña parte del átomo que formaron, de repente, se despegó del grupo para añadir algo más no sin  antes limpiarse las lágrimas de la emoción. Era Ally, que mostraba claras dificultades para expresarse.


Oh, my God. Yo..., yo quiero decir algo—. Hablar le era costoso en esos momentos y sus labios parecían pegados por el más fuerte y eficaz de los pegamentos


. Tras unos segundos tragó saliva y lo intentó de nuevo. 


—Yo..., a mi me..., I like girls. Me... gustan las chicas. —El inglés le ayudó a destaponar la situación.


Este momento de confesión sí que los dejó a todos con la boca abierta. No porque sus preferencias sexuales les importaran ni nada por el estilo, sino porque nunca las habían intuido. De repente, el muro fortificado que habían formado en  torno a Lucía se trasladó alrededor de Ally, como una. Construcción de Lego creada a cámara lenta, y se sintió arropada, comprendida y no juzgada, pero por encima de todo, querida.


—Pues muy bien, ¡y qué! A mí me gustas tú. Te quiero, amiga.


—¡Y yo! —añadió Lola.


—¡Todos! —aportó Juan.


Y el muro que habían formado se transformó en algo mucho más imponente y creó una fusión aún mayor que  la  anterior. Lucía y Juan se besaron mientras  abrazaban a los demás amigos. Hubo caricias, miradas de complicidad y de fraternidad extremas. En esos momentos the team representaba la máxima expresión de la palabra amistad. The team no pudo ser más the team, y en cuanto al proyecto..., ya hablarían otro día del proyecto.















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