Kensington Hall: Capítulo 8:”Un viernes cualquiera”

 El semestre había arrancado a pleno gas y la vida transcurría sin sorpresas: clases de lunes a viernes, entrenamientos cuatro días a la semana, comer, dormir, estudiar, entrenar y, al menos una vez a la semana, salir a tomar algo con Eric. Solía estudiar después del almuerzo, generalmente un par de horas. Por las tardes entrenaba. En su tarde libre paseaba, iba al cine o leía un rato, y tas el entrenamiento, o el paseo o la película, hacía algunas compras o aprovechaba para visitar a Eric en el bar.



Tan solo un par de semanas bastaron para que las rutinas se asentaran con fuerza, y pronto fue absorbido por el más profundo aburrimiento. Aparte de Eric, no tenía vida social.  Se acordaba del pueblo, de Madrid, de sus amigos y amigas de España. Echaba de menos a su exnovia, Elena, y hasta se preguntaba qué le hizo romper con ella. Después de todo se llevaban bien, compartían muchas cosas, y apenas discutían.


Su vida se le hacía bola: no compartía nada con Ben, Gael, su único amigo en el equipo,  estaba tan ocupado como él, y Eric estaba embarcado en un taller teatral que le tenía completamente consumido. Una tarde, dejó todas las obligaciones de lado y se hizo el hueco para llamar a España. Hacía tiempo que Lucía le insistía para hacer una videollamada. 


—¡Hombre, Pablito! ¡Dichosos los ojos! ¿Cómo estás, tío? —la pantalla se abrió de repente ante sus ojo, y los  de Lucía explotaban de felicidad. Se veía radiante.


Hacía tiempo que no hablaban en directo, era muy difícil coincidir con el cambio horario, pero sí que estaban al día sobre sus vidas. Lucía y Juan se habían trasladado a vivir a Madrid hacía un año. La casualidad quiso que ocuparan el piso que fuera casa de Pablo durante un tiempo, pues su antiguo compañero, también amigo de Lucía, dio el aviso de que lo dejaba. Tras un bache en su relación rompieron y decidieron darse una nueva oportunidad, pero esta vez en otro escenario: necesitaban un cambio de aires y Madrid les proporcionaría la chispa que creían haber perdido.


—¿Hola, qué hay? —No sonó tan efusivo como Lucía, pero, todos le conocían, estaba muy contento—.  ¡Por fin coincidimos!


—Mira a quién te traigo. ¡Pasad, chicas!


De una puerta que se abrió tras Lucía, entraron Ally y Lola cogidas de la mano.


—¡Sorpresa! —gritaron al unísono.


—¡Ey! ¿Pero qué es esto? Os voy a matar. ¡Casi me da algo! Pero, ¿cómo habéis hecho para estar las tres juntas?


—Pues ya ves. Fuimos Juan y yo a Londres el finde pasado a visitar a esta —dijo señalando a Ally—, y nos dijo que tenían un bank holliday, un puente este finde, y ha venido a vernos. Pero se va mañana. 


Lucía se entristeció al decirlo.


—Y yo, sabiendo que se juntaban, no me iba a quedar mirando al techo, ¿no te parece? ¡Así que aquí estamos! —añadió Lola sin poderse contener.


Las tres se abrazaban y besaban de alegría. Tres cuartas partes de the team estaban reunidas, y Pablo añoraba poder estar junto a ellas.


—Vaya morro, tías. Y..., ¿qué me contáis? ¡Contad algo! ¿Con Juan bien? ¿Y vosotras dos, qué? ¿Alguna novedad?


Pablo lanzó las preguntas sin un destinatario claro. Mientras alguien le contestara, le daba igual el orden. Las tenía delante y podrían estar hablando durante un buen rato.


—Pues..., no mucho, la verdad.


Se miraban con la complicidad de quien sabe todo de los demás, sin darse cuenta de que su amigo estaba ansioso porque le contaran novedades.


—Bueno, yo sí —sonreía Ally.


—¿Sí? ¿Qué me dices? ¿Te vienes a vivir aquí conmigo?


—Qué más quisiera yo. No, no es eso. ¡Que me he echado novia!


—Tía, ¿no me digas? ¿Desde cuándo? ¿Quién es? ¡Cuéntame!


—Una compi de curro. Sophie.


—Ah, ¿es de allí? ¿De Londres?


—Si, bueno, de cerca.


—¿Cómo fue?


—Pues, un día, nos quedamos solas en nuestra sección de la tienda doblando ropa. Empezamos a hablar de tonterías, se fijó en mi acento...



—¿Qué acento? Si eres nativa.


—Bueno, sí, pero para los de aquí sueno rara. Así que le expliqué que me he criado en España, que me mudé a estudiar a Londres, esto, lo otro, y nos fuimos a tomar unas cerves. Y ¡así surgió! Nada especial, la verdad, pero nos va bien.


—¿Has visto esta? Se lo tenía muy callado. Cuando fue a recogernos al aeropuerto apareció con ella, así, sin previo aviso. —Dijo Lola.


—Sí, sí. Totalmente. —Corroboró Lucía.


—¿Y tú, qué, Lola?


—Pues como siempre, pero muy contenta. Este año me está encantando, ya no quiero desertar de la carrera. Tengo un par de buenos colegas, no como vosotros, pero casi, y de vez en cuando doy rienda suelta al amor.


Todos rieron.


Estuvieron hablando una media hora más. Se pusieron más o menos al día. Suficiente, pero para el bajo ánimo de Pablo supo a poco. Bueno, no está mal para terminar el jueves, se dijo. 


El viernes se levantó de otro humor. Pensaba en sus amigas del alma, en su infancia, en Elena, en Lucía y Juan —qué bien que habían arreglado sus cosas—, en su familia. Recibió un escueto mensaje de Sara: Ey, what's up? Just wondering if everything is right. Do you wanna come for dinner? No lo dudó, fue a casa de su familia americana a cenar. 


Tras el entrenamiento, Gael le acompañó a comprar un buen vino español, no le gustaba aparecer con las manos vacías, y Ben y Sara siempre le recibían con los brazos abiertos. Sara preparó una deliciosa carne con una exquisita guarnición de verduras y puré de patatas que le supieron a gloria. Realmente agradecía que estuvieran allí para él. 


—Gracias, ha estado todo exquisito —se despidió.


—No hay nada que agradecer. Siempre eres bienvenido a esta casa —dijo Ben.


—¡Por supuesto! Añadió Sara. Keep in touch!


De camino al metro recibió un mensaje de Eric: ¿Te apetece tomar algo? Hoy no hay tanto ajetreo.


Tampoco lo dudó, y en una media hora ya estaba con los pies en el bar de su amigo.


Peor al llegar, vio a su compañero Mikey sirviendo en la barra. ¿Qué raro, pensó? Se pidió una ginger ale y comprobó los mensajes. Había uno de Eric: Me ha surgido algo, pero ahora vuelvo. ¡Nos vemos!


Esperé durante un buen rato, pero no había señales de Eric. La semana había sido dura, mucho entrenamiento y estrés, y la llamada de sus amigas lo había sumido en una fuerte morriña. La cafetería de Eric se transformaba en bar de copas después de servir la cena, y le agradaba el ambiente y la música que ponían, pero él iba allí por su amigo. 


—Ey, Mikey. I'm off. How much is it?


—¿Te vas? No, espera. Eric viene ya.


—No, tío, dile que estoy muerto. Esta semana no he parado. 


—¿Una más? Invita la casa.


Tanta insistencia le parecía de lo más extraño, así que decidió quedarse. 


—OK, una más.


Tan pronto se la sirvió, dos manos se posaron sobre sus ojos. Olió el perfume de Eric.


—¿Quién soy? —dijo una voz.


Pablo casi se cae al suelo. Agarró las manos de su amigo y pensó: no puede ser. Al girarse vio a Lucía, Lola, Ally y Sophie, también a Sophie, de pie de frente de él.


—¡Sorpresa! Gritaron todas.


El abrazo fue largo, ruidoso, tan ruidoso que el bar entero se giró hacia ellos.


—No me lo puedo creer. ¿Qué hacéis aquí? ¿Cuánto os quedáis? ¿Tú lo sabías? —se giró hacia Eric.


—¡Fui a recogerlas al aeropuerto! Lucía me contactó por Facebook. Lo llevan preparando desde hace semanas. ¡Vaya amigas que tienes! Me han enamorado.


—Las mejores.


—Por eso estábamos juntas. Aunque no estábamos en Londres, estábamos todas en Madrid preparando el viaje. Solo estaremos dos semanas. —se excusó Lucía.


—¡Bueno! Genial. ¿Y dónde os alojáis? Yo no pue...


—Pues conmigo, con quién se van a quedar. Tengo sitio de sobra.


—Eric insistió —dijo Lola.


—Madre mía, qué sorpresón. Y..., ¿nadie me presenta a Sophie?


—Sophie, this is Pablo. My Pablito.


Nice to meet you. 


Acto seguido, todos se fundieron en un abrazo. Eric invitó a una ronda de cervezas y, al acabar su turno, invitó a continuar la velada en su casa. Estuvieron hasta la madrugada escuchando rock y comiendo pizza. Fue una noche inolvidable e interminable. Hubo risas, charlas, llantos de alegría y anécdotas de todo tipo que Sophie y Eric escuchaban atentos. Conocieron las historias de la buhardilla, de su pueblo, de su instituto, y se quedaron asombrados del proyecto escolar donde descubrieron que el accidente que cavará con la vida de los padres de Lucía fue, en realidad, la consecuencia de un triste secreto familiar. Comprendieron la importancia de #theteam, como se hacían llamar. Si la amistad era camaradería, confianza, anécdotas múltiples, cariño y respeto por el de al lado, estos amigos elevaban el término a su máxima potencia. Eric adoraba a Pablo, y le encantaba formar parte de esta fiesta improvisada que le devolvía a él mismo a su más tierna infancia. Y aunque se sentía con suerte por poder compartirlo con él y sus amigas, no pudo evitar sentir el vacío por no haber tenido amigos tan cercanos en su adolescencia. Pero se alegró de tener eso en ese momento. Con Pablo y esas chicas tan adorables que acababa de conocer se sentía pleno, y no le importó coronarse como el hermano mayor de un grupo del que quería formar parte. En poco tiempo Pablo se había convertido en un grandísimo amigo y, por extensión, Lucía, Lola y Ally también lo eran. Qué sorpresas te da la vida, se dijo a sí mismo en medio del tumulto que había en su salón, y como hermano mayor que era dijo:


—Les dejo con vuestras cosas. Pásenla bien padre. 


Y tiró besos para todas direcciones. 


—No me rompan nada —añadió.


—Eric, no te vayas. 


—Noooo...


Todas le insistían para quedarse.


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