Lucía y la cámara olvidada -Capítulo 14: “Regreso al pasado”

 El fin de semana llegó y Lucía decidió que llamaría a Juan para ir al cine. Distraerse le vendría bien y, además, se lo debían.


Esta sería su primera cita a solas, y los nervios estaban a flor de piel.  Encontrarse con Juan fuera del amparo de the team le producía vértigo y malestar corporal, y a punto estuvo de suspender la cita debido al estrés. Pero no podía hacerse eso a sí misma, debía ser capaz de salir de su zona de confort y, finalmente, decidió seguir con el plan.


«Madre mía, no sé qué ponerme», pensaba una y otra vez al tiempo que crecía la montaña de ropa que desechaba sobre su cama. Después de un buen rato de indecisión, optó por no arriesgarse. Inconscientemente siguió los elegantes dictámenes de Magda, que siempre decía aquello de menos es más, y después de haber dejado su armario prácticamente vacío eligió probablemente la opción más sencilla de entre todas las posibles: unos vaqueros que realzaban su figura con una camiseta blanca de rayas azules que le sentaba de maravilla y que resaltaba el claro de sus ojos aún más. Sobre sus mejillas utilizó un tono rojizo casi imperceptible pero que resaltaba su belleza natural y en sus labios un brillo que resaltaba su boca de fresa, no le hacía falta nada más para verse la mar de bien.


Al bajar las escaleras hacia la cocina, donde se encontraban sus abuelos, sintió mucha vergüenza al sentirse observada, y con todo el disimulo de que fue capaz, fue directamente al frigorífico para servirse un vaso de agua que le calmara los nervios y la sequedad provocada por ellos. Pero fue inútil pasar desapercibida, y pronto llegaron los comentarios.


—Pero qué belleza. Déjame que te vea —dijo Magda a su nieta rodeando la cara con sus manos.—¿No crees, Miguel?


Miguel asintió mientras le lanzaba una sonrisa de orgullo a su nieta. Lucía, a su vez, sonrió en respuesta a sus abuelos, pero quitándole importancia. «Claro, qué van a decir, si son mis abuelos». Aún así, sabía que lo decían con sinceridad, y ella, por qué no admitirlo, se veía bien. 


—Bueno, me voy ya, ¿vale? —dijo mientras propinaba sendos besos a sus abuelos como un robot, no porque no los sintiera, sino porque su cabeza estaba en otro lugar y todos sus esfuerzos estaban dedicados a controlar sus nervios, que cada vez eran mayores.


—Tranquila, hija. Diviértete. —Magda le acarició la mejilla intentando transmitir tranquilidad a su nieta. No dudaba del sentido de la responsabilidad de su nieta, pero no quería que este no la dejara disfrutar como era debido a su edad.


A las seis y cinco —algo retrasada— llegó a la puerta de los Cines Acuario, llamados así en honor al antiguo acuario  de la ciudad, ya extinto, que se encontraba en ese mismo lugar hacía ya unas décadas. Para toda la ciudad quedar en el Acuario, en pleno casco antiguo, era un punto de referencia que no tenía pérdida, pues todos lo conocía y disponía de unas aceras tan espaciosas que todo el mundo se podía econtrar sin tener que esquivar a un tumulto de gente.


La película empezaba a y media, pero preferían no llegar con prisas, comprarse algo para beber, unas palomitas si acaso, y acomodarse en el mejor asiento. Pero Juan no estaba en el lugar  acordado, o al menos Lucía no lo pudo ver, cosa  rara ya que no había mucha gente.


Lucía no pudo evitar ponerse más nerviosa todavía. «Madre mía, ¿y si se ha echado atrás? ¿Y si no viene?» Dio una vuelta a su alrededor para cerciorarse de que estaba en lo cierto, y no vio a nadie. Bueno sí, a una compañera de  clase que iba a ver la misma película que ellos, Los juegos del hambre, la primera de la exitosa saga distópica del mismo nombre, muy popular entre el público adolescente.


—Hola, Lucía. ¿Qué tal? —dijo María a su compañera mientras se daba dos besos.


—Bien, estoy esperando para entrar a ver Los juegos del hambre. ¿Y tú?


—Pues voy a ver la misma que tú, estoy aquí con mis primas. ¿Vienes sola? —preguntó intrigada, extrañada de no verla en compañía de sus inseparables Pablo y  Lola pero sin querer parecer una  fisgona, no era esa clase de chica.


Lucía no se atrevía de decirle la verdad, que le habían dejado plantada, y no quería darle conversación porque lo único  que le apetecía era volverse para casa y llorar sus penas sobre la almohada sin que la molestaran. Nunca la habían dejado plantada, y experimentarlo en carne propia por primera vez no era un plato de buen gusto.


—Pues... —en ese momento vio a Juan salir desde dentro con las dos entradas en la mano—. Vengo con...


—Hola chicas —dijo Juan con decisión mientras guiñaba un ojo a Lucía, que se sentía aliviada por no tener que dar explicaciones—. ¿Qué tal?


— Hola Juan —dijo María, que también lo conocía del instituto—. Su cara mostró una sonrisa  picarona y se volvió hacia Lucía para decirle con la mirada «anda que te lo tenías escondido, hija.» La verdad es que los dos le caían bien, así que se alegró por ellos.


—¿Cuál vas a ver? —preguntó Juan.


—La misma que vosotros, Los juegos del  hambre. Me han dicho que está superbién. Bueno, os dejo, chicos, que vamos a comprar algo de beber. ¡Hasta luego!—  Y les dio  dos besos a cada uno.


Lucía y Juan esperaron unos segundos para por fin saludarse como era  debido, aunque en realidad no hizo falta.


—He comprado las entradas por si se te hacía tarde, espero que no te importe —dijo algo ruborizado.


— No, no te preocupes, gracias. Pero yo invito a las bebidas, ¿eh? —Lucía tenía claro que ambos debían contribuir por igual a la cita. Los tiempos de caballerosidad empalagosa más propios de la época de sus abuelos que de la suya propia se habían acabado.


—Perfecto.


Y no hubo discusión, habían hecho un trato que les parecía bien a ambos.


Cuando por fin entraron en la sala lo hicieron con tiempo suficiente para elegir los mejores asientos, por el centro del patio de butacas. Una vez sentados Lucía sentía un calor sofocante debido a la calefacción, demasiado  alta para su gusto, así que se quitó el abrigo y lo puso en un lateral de su asiento. Juan hizo lo mismo, aunque  más por hacer algo que le aplacara los nervios que por el calor en sí. Cuando ambos se vieron con ropas que le hicieron lucir diferentes a como hacían habitualmente y que además les sentaban tan bien, no pudieron evitar sentir un cosquilleo por el cuerpo que les hizo mostrar su flaquezas irremediablemente, Juan tartamudeaba cuando se ponía nervioso y Lucía no podía mirar. a los ojos a Juan por miedo a que el sofoco se le notara demasiado. Por fin la película comenzó.  «Menos mal», pensó Lucía. Así no tendría que esforzarse por encontrar algo de lo que hablar por un momento.


La película transcurrió a lo largo de más de dos horas que disfrutaron como los adolescentes que eran, compartiendo palomitas y miradas de vez en cuando, pero Lucía se sintió tocada por la trama. El dilema de la protagonista, Katniss Everdeen,  de arriesgar su vida para salvar la de su hermana y embarcarse en una aventura de la que no sabe si saldrá viva la conectó con su propia familia y con su drama familiar al instante. Lucía no tenía duda de que se sacrificaría por sus seres queridos, por  sus abuelos, por sus amigos y  por supuesto por sus padres, si vivieran. Este pensamiento la retrotrajo a la única vez que recordó haber ido al cine con sus padres. Sabía que la llevaron multitud  de veces, pero por algún motivo solo recordaba una, y su pensamiento entró en bucle recordando esa vivencia una y otra vez. Por más que se esforzó en pensar en otra cosa y disfrutar de su cita no lo lograba, y se agobió un poco por ello.


—¿Qué tal? ¿Te ha gustado? —interrumpióJuan notando algo raro en el ambiente.


—Sí, la verdad es que sí.  ¿Y a ti? —fingió normalidad.


—Pues sí, la verdad es que sí.  Muy fiel  al libro. ¿Lo has leído? —claramente Juan era bueno entablando conversación.


—No, siempre quise, la verdad. Pero por hache o por be nunca he tenido ocasión. Me puse a leer otras cosas.


—Bueno, pues yo te lo presto si quieres. Te va a encantar. Hay detalles que no aparecen en la película.


—Vale —a Lucía le gustaba compartir afición con Juan, apreciaba y valoraba que le gustara la lectura, ya conocía algo más sobre él.


Sin darse cuenta, iban caminando hacia el parque,  el parque de siempre, aquel en el que la gente se su edad quedaba con los amigos. 


—¿Nos sentamos un rato? —preguntó  Juan.


Lucía asintió, ensimismada. No conseguía dejar de pensar en sus padres, y sentía una tristeza profunda que por más que intentaba sacar de su cuerpo no lograba conseguir. Pero no quería que le arruinara la cita. 


Juan ya sabía a estas alturas que algo ocurría, y ese no saber qué le hacía sentirse muy atraído hacia ella, aunque debido a su historia familiar no quería preguntar nada, pero se lo podía imaginar.


—Si no te encuentras bien... —añadió deseado que la respuesta fuera positiva.


—No, sí. No hay problema —interrumpió Lucía. Tenía claro que estaba donde quería estar, en el parque, en ese banco, con él. No quería hacerle partícipe de sus miserias, ni espantarlo con ellas. 


Hubo unos incómodos momentos de silencio que hicieron que Lucía se llevara las manos a la cabeza como si eso la ayudara a concentrarse, a decir algo que tuviera sentido, pero no era capaz. Pero en un acto de valentía se acomodó en el banco con sus piernas a ambos lados del asiento para mostrar su interés por Juan y porque la cita funcionara.  Juan, por su parte, comprendió que era él quien debía tomar acción, así que hizo el mismo cambio de posición que ella, la cogió de las manos para intentar tranquilizarla y le habló del libro en el que se basaba la película. No se le ocurrió otra cosa.


— Pues si lees el libro, llegas a sentir el miedo al que se  exponen los personajes.  En serio, es de los que más me han gustado hasta la fecha. Me he leído tres de ellos.


Conseguido, con esas palabras consiguió acabar con la tensión y eso hizo que pudieran hablar sobre libros y películas un buen rato. Consiguieron relajarse y disfrutar. Pudieron hablar sobre el instituto, el proyecto, sus familias, y por fin conocerse un poco más. Conocerse y gustarse, pues la cita había conseguido lo que ambos pretendían, acercarse un poco más al otro.


Al cabo de un rato decidieron que era la hora de irse a casa. Quedaron en que a mediados de semana volverían a verse todos en la buhardilla para dar as últimas pinceladas al proyecto. A pesar de las intenciones de Lucía de que no se involucraran más, todos decidieron acompañarla. Además, al volver a casa Lucía y Miguel verían las últimas fotos reveladas.


—La verdad es que me da mucho miedo encontrarme alguna otra sorpresa, aunque no sé de qué tipo.


—Imagino, pero trata de no adelantarte a los acontecimientos. Si quieres, luego me cuentas.


Lucía le miró sonriendo. El vínculo entre ellos se estaba haciendo cada vez mas fuerte.


—Vale...


Y armándose de valor, Juan dijo:


—Bueno, espero que volvamos a vernos así..


—Así ¿cómo? ¿Solos?


Juan se puso rojo.


—Sí, lo he pasado muy bien. Me ha gustado mucho.


A Lucía no le cabía el corazón en el pecho.


—Sí, a mí también. 


Y sin más, Juan se acercó a Lucía, Lucía dio un paso más hacia él y se fundieron en un beso profundo que casi les hizo levitar. Si eso era el amor ambos sabían que estaban colados por el otro, y reconocerse en ese sentimiento les llenaba de satisfacción.


—¿Luego me cuentas? —le dijo Juan acariciándole la mejilla.


—Luego te cuento.


Y se dieron otro beso.


Lucía llegó a casa casi flotando. Al llegar, Magda y Miguel supieron que su nieta había tenido una buena experiencia. 


—¿Qué tal?


La iniciativa para hablar sobre temas amorosos la tomaba siempre Magda.


—Pues muy bien, la verdad.


—Me alegro, hija. Se ve que te gusta mucho este chico. Además, parece muy majo.


Lucía sintió. No tenía secretos para con su abuela, pero hablar de amor era nuevo para ella y se sentía algo incómoda.


—¿Por qué no veis lo de las fotos mientras preparo la cena?


Magda hizo de tripas corazón, pues no quería más sobresaltos.


Miguel y Lucía subieron las escaleras que les llevaban hacia la buhardilla donde con suerte les esperarían las temidas fotos.


—Bueno, vamos a ver —dijo Miguel mientras suspiraba, temeroso de lo que encontrar.


La sorpresa fue una mezcla de recuerdos. Las primeras fotos mostraron a Mario, Lucía y sus padres en un camping.


«Mario otra vez.»


En algunas fotos se veían la tienda de campaña, sillas y mesas plegables, comida y enseres para cocinas apilados en un lateral de la tienda, o el coche rojo de sus  padres aparcado en la zona frontal de la parcela. En otras los tres amigos disfrutando de la escapada, una más con la madre y padre de Lucía jugando con ella, y así otras tantas, todo alegría y júbilo. La más reveladora mostraba el periódico británico The Guardian tirado en el suelo con la misma fecha del accidente en su página frontal. «El periódico» Las últimas fotos, sin embargo, mostraban oscuridad, formas poco reconocibles pero reveladoras del interior de un coche, el mismo interior de las primeras fotos reveladas. Pero una de ellas dejó ver unas tiras de colores que resultaron familiares para Lucía. «La guitarra de Mario». La misma que vio en su habitación cuando se quedó a dormir el día que ingresaron a Miguel en el hospital.


—Es como si estas se hubieran disparado solas, ¿no crees? —preguntó Lucía a su abuelo.


—Eso parece —Miguel paró unos segundos para recomponerse y tomar aire—. Las primeras fotos son de su fin de semana, las últimas son del momento del accidente, por eso se dispararon solas.


—O sea, que sabemos que estuvieron con Mario, que estuvieron juntos, que se lo pasaron bomba... ¿Iban los tres en el coche? —preguntó Lucía.


—No lo sé —contestó Miguel.


—Tenemos dos opciones. O que viajaran en dos coches, o en uno solo. ¿Cómo es que no sabemos si Mario iba con ellos en el coche o en el suyo? ¿Tenía acaso coche? Si iba con ellos, es muy raro que resultara ileso. Si viajaba en otro coche, sólo podía ir delante o detrás de ellos. En cualquier caso, ¡algo tuvo que saber!


Lucía volvía a estar furiosa. ¿Cómo podían no saber si Mario fue testigo o víctima del accidente como ellos? 


—Abuelo, le tenemos que preguntar a Mario y a Alicia. 


—Lo que pasa es que en este momento no se llevan muy bien con su hijo.


—¡Y qué!Pero sí se llevarían bien por entonces, ¿no? !Yo quiero saber qué pasó!


—Bueno, ya vemos cómo lo hacemos.


Después de colocar todas las fotos en una funda de plástico, bajaron a cenar con Magda, a quienes contaron todo.


—Nosotros estábamos de viaje, Lucía. Entendimos que Mario iría sólo en su coche, porque el de tu padres no era muy grande, y a ellos les gustaba viajar con muchos bultos. Pero no puedo asegurarlo. No sé si podré reunir las fuerzas para hablar con Alicia sobre ello, perlo lo intentaré, te lo prometo.


—Vale, no te preocupes. Hasta mañana.


Y se despidió de los dos.


Una vez en la cama, como acordó con Juan, le mandó un mensaje: «Hola, ya hemos visto las fotos. Mario, el mejor amigo de mis padres era dueño del periódico, no hay duda de ello. Pero no sabemos si viajaba con mis padres o iba en otro coche, en el suyo. No sé, de repente algo me huele muy mal». 


Tras unos segundos, Juan le respondió: «Gracias por informarme. ¿Qué te huele mal? No entiendo, ¿piensas que ese tal Mario tuvo algún motivo para no decir que estaba en el coche con ellos?».


«No, pienso que Mario, el mejor amigo de mis padres, tuvo que ver en el accidente.»

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