Lucía y la cámara olvidada -Capítulo 8 “Un día de lluvia”-
Tras salir del hospital, ya más calmadas, Lucía y su abuela regresaron a casa. Fue un camino de vuelta silencioso, aunque relajado, de esos que sabes que estás con la persona correcta, que hay confianza y que no hay necesidad de forzar las palabras.
Lucía no podía permitirse otro revés. Mejor dicho, quizás sí que era capaz, pues superar el dolor producido por la muerte de unos padres no es comparable con nada, pero su corazón parecía de repente frágil y pequeño y se había reducido a su mínima expresión.
Ya en el umbral de la puerta, mientras Magda giraba la llave de la entrada a casa, esta anunció a su nieta cómo se resolverían los próximos días.
—Esta noche tengo que volver al hospital para cuidar del abuelo, así que tendrás que pasar la noche con Mario y Alicia, ¿te parece bien? —Lo hizo de manera autómata, como sin fuerzas, concentrándose en en el simple acto de abrir la puerta y en no sonar demasiado preocupada.
Lucía permaneció en silencio, pero asintió en señal de conformidad.
Tras tomarse unos reconfortantes tés, Lucía decidió subir a su cuarto, necesitaba soledad.
—Me subo un rato a mi cuarto, abuela. Llámame si necesitas algo.
—No te preocupes por mí, descansa —dijo tras dar un beso a su nieta—. Y recuerda que todo va a salir bien.
«Qué irónica es la vida». Su cabeza volvía una y otra vez a este pensamiento. «La alegría de ayer parecía infinita, y ahora me siento más triste que nunca».
Pero del mismo modo que las horas de mayor felicidad que ella recordara se convirtieron en las más grises, el arco iris volvió a hacer acto de presencia.
«Cómo estás?». Creyó leer Lucía en una ventana emergente de su móvil. Venía de un número no agendado. «Pablo y Lola me han contado. Lo siento mucho».
Era Juan.
Una tímida sonrisa volvió a aparecer en su cara. ¿Cómo era posible que se hubiera tomado la molestia de preocuparse? «¿Será una broma?», pensó. Pero algo le decía que se podía fiar de él, y decidió seguir ese instinto.
Justo en ese momento, cuando disfrutaba del buen sabor que le produjo el mensaje de Juan, una lluvia torrencial de esas que producen escalofríos la sacó de su ensimismamiento. Decidió responder a Juan una vez hubo cerrado las ventanas, pues el agua había calado el suelo de su habitación, y mientras lo hacía, el recuerdo de su abuelo postrado en la cama la sumió en la más profunda tristeza de nuevo, así que no pudo más que salir volando de su habitación para meterse entre los reconfortantes abrazos de su abuela.
—¿Se va a morir?
La abuela tardó unos segundos en responder. Tragó saliva y apretó los ojos para que no le saliera ninguna lágrima.
—Por supuesto que no. De eso ni hablar —mintió. No tenía ninguna certeza.
Abuela y nieta se fundieron en un abrazo interminable, de esos que parecen confundir a las personas con monolitos de roca en medio de la naturaleza, en este caso una naturaleza gris y lluviosa.
— ¿Hacemos un puzle? —preguntó Magda. Esa era su manera de volver a la realidad e intentar distraer a su nieta.
— Sí.
Y así permanecieron las dos durante unas horas, en silencio, distraídas, lanzándose miradas cariñosas la una a la otra de vez en cuando y disfrutando, si es que se podía decir disfrutar, de ese momento que las mantenía conectadas como si fueran una.
Hacia las ocho de la tarde Magda acompañó a Lucía a casa de Mario y Alicia. Dentro de lo malo, a Lucía le apetecía mucho ese plan, aunque fuera improvisado y provocado por el infarto de su abuelo.
—Hola —dijo Alicia alargando la palabra en el tiempo ante la imposibilidad de decir nada más.
—Hola —contestaron las dos al unísono.
—¿Cómo está Miguel? ¿Hay alguna novedad? —preguntó Alicia justo en el momento en que Mario se acercaba a la puerta.
—No tenemos novedades. Supongo que cuando vuelva al hospital me informarán de
nuevo. En cuanto sepa algo os llamo.
—Sí, por favor —dijo Mario preocupado.
Y así, dando un beso y abrazo interminable a su nieta, se despidió, sin poder disimular en modo alguno su tristeza y preocupación.
—Lucía —dijo Alicia resolutivamente—te estoy preparando pollo en salsa con patatas fritas, que sé que te encanta. ¿Por qué no dejas tus cosas en la habitación de Mario?
Mario, llamado así para continuar con la tradición familiar, era el hijo de Mario y Alicia. Tenía prácticamente la misma edad de sus padres, quizás unos meses mayor. Vivía en Londres desde hacía tiempo, y solía venir a casa a pasar las vacaciones de Navidad y de verano. Los últimos años apenas lo habían visto, pues el trabajo lo tenía muy ocupado, pero era, igual que sus padres, uno más de la familia, como un tío para Lucía.
Tras la sugerencia de Alicia, subió a la habitación de su hijo, que se encontraba al final del pasillo, dejó sus cosas y se entretuvo mirando las fotos que había colgadas en la pared. Algunas las reconocía, pues fueron hechas por su padre, y verlas le recordaron grandes momentos, como aquellos fines de semana que se pasaban horas los tres en el sofá de casa viendo recuerdos del pasado. También había fotos de Mario, de Malena y de Miguel hijo, su padre, al que durante muchos años llamaron Miguelito, sobrenombre que él detestaba, pues sabía que era un dulce que se comía en la provincia de Albacete. En alguna que otra foto aparecía Lucía con los tres amigos, o estos con otros más, y verlas era como bañarse en un mar apacible y tranquilo. Por unos momentos olvidó que su abuelo yacía en una cama de hospital.
Varias de las fotos llamaron su atención. Estaban en la última hilera, casi a la altura de la cama, en la pared más larga del dormitorio. Era una serie de tres fotos en blanco y negro que reflejaban la misma imagen pero con unos segundos de diferencia que mostraban ligeros cambios de posición y movimiento de los protagonistas. En la primera se veía a Mario con los brazos extendidos hacia abajo para intentar alzar a Malena ante la atenta y divertida mirada de Miguel. En la segunda se veía a Malena ya en los brazos de Mario mirando a Miguel de manera jovial. Y en la tercera Miguel abrazaba a su novia y a su amigo, que sostenía a Malena en brazos mientras la miraba con una sonrisa, pero esta estaba algo movida y borrosa y mostraba un ángulo algo distinto de las otras dos. En ella se podía ver una matrícula antigua de un coche que parecía ser de color claro. A continuación de esta foto había otra de Malena, en primer plano. Nunca se había dado cuenta de la hipnotizante mirada de su madre.
Tras hacer un repaso de todas las fotografías, Lucía se tendió en la cama, poniendo la mirada fija en un bulto que había arriba del armario. Parecía una guitarra de la que sobresalía su mástil, del que colgaban unos llamativos lazos de colores. Después de unos segundos decidió contestar el mensaje de Juan con un escueto: "Estoy bien, gracias. La verdad es que ha sido un palo". Ya está, no sabía qué más podía decir, pero quedó conforme y aliviada. Por fin le había contestado.
Cucando ya casi estaba durmiendo, recibió la llamada de Magda.
—Hola, hija. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y el abuelo?
—Ya está en planta y fuera de peligro. No te preocupes. Creo que lo peor ha pasado, así que después de unos pocos días estará de vuelta en casa.
—¡Qué alivio! —casi gritó.
—Ya lo creo que sí.
—Dale un abrazo muy fuerte de mi parte, ¿vale?
—Por descontado. Ahora descansa.
—Y tú también, abuela.
Ahora sí que estaba tranquila.
Tras cenar el riquísimo plato que le había preparado Alicia y tener una cena de lo más agradable, Lucía se dio una ducha y se fue a dormir. Miró por la ventana y observó que la lluvia había amainado hasta ser casi inexistente. No tardó mucho en dormirse.
Al despertar, en un día de lo más soleado, lo primero que vio fue un mensaje de Juan. "Buenos días. Me alegro mucho. Nos vemos en el instituto." Por fin había vuelto el sol a su vida. Ahora tocaba intentar volver a la normalidad, así que se vistió, recogió sus cosas del instituto y bajó para desayunar.
—Buenos días, hija —dijo Mario.
—Buenos días Alicia, buenos días, dijo dirigiéndose a los dos.
Y llamó a su abuela para conocer las novedades sobre Miguel.
—Aha —asentía al recibir las pequeñas cápsulas de información.
Mientras desayunaba, contaba a Alicia y a Mario que el abuelo evolucionaba favorablemente y que seguramente, después de algunas pruebas, en un par de días podría volver a casa.
—Cuanto nos alegramos, cariño —decía Alicia de corazón.
Al llegar al instituto, acompañada por Mario, vio a Juan, Lola y Pablo que la esperaban en el hall. No pudo evitar mirar a Juan en primer lugar, aunque durante unos microsegundos. Él hizo lo mismo. Y sintiéndose de lo más arropada por los tres miembros de the team, pues sentía que Juan ya formaba parte del equipo, les contó las novedades. Antes de subir a clase Juan la cogió de la mano, y ella sintió un hormigueo que le recorrió el cuerpo:
—Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme —dijo con decisión y timidez a partes iguales.
—Gracias —alcanzó a decir.
Por fin los nubarrones se habían disipado por completo. Ahora sólo cabía esperar una buena racha de días claros y luminosos. Tenía la sensación de que algo muy bueno estaba por venir.
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