LOS LEONES DEL TIEMPO
“La cosa iba bien hasta el día que me habló uno de los leones” -me decía
una y otra vez tan pronto divisé los primeros rayos de sol entre las cortinas.
“Hasta que me habló unos de los leones”. “Leones”.
No recordaba nada, por raro que
parezca, nada en absoluto, ni remotamente. “LE-O-NES”. Sí que podía sentir, sin
embargo, el triple gusto que ansiedad e inquietud compartían: amargo, veloz,
ácido. ¿Qué intentaba revelar mi subconsciente? ¿Qué dudas albergaba mi otro yo?
¿Por qué el león? ¿Por qué un animal? De
entre todo el reino animal, ¿por qué este y no otro? Y la duda más poderosa,
¿por qué me hablaba?
Para alguien de cierta edad, como es el caso, ningún acontecimiento vital
pasa inadvertido, especialmente habidas mis experiencias, mi pasado y mi
presente, mi…, digámoslo educadamente, mi vocación y mi oficio. Siempre encontré sosiego en la cama.
¡Qué paradoja! Lugar de descanso…, y de trabajo. Sosiego y tranquilidad
intermitentes, teniendo en cuenta la incomodidad de los lechos compartidos, la
mugre de algunos acompañantes, la insalubridad de los habitáculos improvisados,
el miedo y el pavor vividos. Pero al fin y al cabo mi zona de confort, el
resguardo de mi otro mundo, mi cobijo, mi lugar de expansión preferido, mi
centro onírico.
Soy una persona con las luces del
ocaso encendidas. Si, esa soy yo. Con la sombra del resquemor alejada de mi
cuerpo, con todas las heridas cerradas…
O eso creía yo. “LE-O-NES”. ¿Quiénes son los leones? ¿Por qué hablan?
¿Qué son? ¡¿Qué son?! Me gritaba en silencio. Por el amor de Dios: ¿qué es el
león?
Me quedé exhausta, anestesiada por el alboroto, vencida por la fuerza de mi
pensamiento. Y así hallé la respuesta: el león es la culpa. Y volví a dormir.
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