Lucía y la cámara olvidada -Capítulo 17: “Golden Slumbers”
La mañana después de la cena mandó un mensaje a The Team: «Quedamos esta tarde en la buhardilla. Ya tenemos todo.»
No sabía por qué, pero se sentía optimista, llena de energía. La mañana había amanecido soleada, con la típica luz de invierno a punto de convertirse en primavera, y eso le hizo sentir muy bien. Subió la persiana, abrió las cortinas y dejó que la luz del sol le tocara la cara que expuso durante unos segundos, con los ojos cerrados, para absorber toda su energía. La iba a necesitar.
No le guardaba rencor a Alicia, más bien la compadecía, y lejos de sentirse con ánimo de enemistarse o enfrentarse ella, decidió pasar por su casa antes de salir al instituto, así podría hablar con ella y disculparse por cómo la había hecho sentir. Lo tenía más que claro, «Alicia no se merece este castigo, ella no ha hecho nada.»
—Esta tarde vendrán todos a la buhardilla —la buhardilla se había convertido en un punto de encuentro en sí mismo—, exponemos el proyecto la semana que viene —anunció a su abuela.
—Perfecto, ¿quieres que deje algo preparado por si queréis picotear algo?
—Vale, bueno. Pero solo si puedes, si no no pasa nada.
Al llegar al punto de encuentro habitual, en el banco de siempre, donde también había empezado a ir Juan a pesar de desviarse de su camino, les recordó lo dicho en el mensaje: «Esta tarde en mi casa, ¿vale?»
—Buenos días antes de nada, ¿no? —se quejó Lola.
—Bueno, sí. Buenos días —dijo avergonzada, y se le colorearon las mejillas.
Los demás estaban demasiado adormecidos como para contestar. Y emprendieron el camino hacia el instituto todos juntos en una mañana donde las chicas se mostraron más habladoras que los chicos.
Una vez en el instituto se distribuyeron en sus respectivas aulas: Lucía, Ally y Pablo en latín. Lola en dibujo artístico, Juan en matemáticas.
—Hasta luego —dijo Lucía a Juan tras propinarle un beso.
—Nos vemos luego —se despidió mientras la veía entrar en clase.
Por la tarde fueron dejándose caer por la buhardilla poco a poco. El primero en hacerlo fue Pablo. Aprovecharon para charlar un poco acerca de la ruptura. Hacía mucho tiempo que Lucía y él no se contaban intimidades a solas, y lo añoraba verdaderamente. Lola era tan amiga como él y también podía contarle confidencias, preocupaciones o mandarla a paseo si hiciera falta, pero había algo especial en su relación con Pablo. Quizás era porque se conocían desde la misma guardería —a Lola la conoció en el colegio, tan solo un par de años después—, o quizás era esa especie de simbiosis casi fraternal que existía entre ellos, donde tan solo una mirada bastaba para comunicarse. La fidelidad que mantenía con Lola era también compartida con Pablo, pero un nosequé inexplicable haría que si la pusieran contra la espada y la pared, ante ciertas situaciones, lo elegiría a él.
Enseguida llegaron el resto, aunque ambos amigos tuvieron tiempo suficiente para hablar y sobre todo para asegurarse de que todo estaba en orden para ambos. Juan lideró el segundo turno. Después lo harían Lola y Ally, que se encontraron a mitad de camino.
—Bueno, ya que estamos todos, apretemos el acelerador para acabar con esto ya. Pero primero voy a traer unas cosas que ha preparado mi abuela, ¿vale?
—Vale.
—Vale.
—De acuerdo.
—Baja tranquila.
Una vez arriba, con todas las riquezas preparadas por Magda, se sentaron alrededor de una improvisada mesa ideada tras arrastrar un viejo baúl y colocarlo delante del sofá. Sobre él, para que las astillas no lastimaran a nadie, colocó un pañuelo de la abuela a modo de mantel. El resultado final quedó muy práctico y bastante acogedor y elegante.
—¿Empezamos ya o cuando terminemos de comer? —preguntó Lucía.
—Cuando nos lo comamos y así ya nos concentramos en terminar, ¿os parece? —sugirió Ally.
—Vale —contestó Juan.
Lola y Pablo asintieron mientras se chupaban los dedos.
—¡Cómo cocina tu abuela en serio! —exclamó Lola poniendo los ojos en blanco.
Una vez terminaron, y después de unos breves minutos que se permitieron para gandulear, comenzaron por fin a perfilar la exposición.
—Tenemos todos los datos, ¿no? —preguntó Pablo.
—Sí, todos —contestó Lucía con resignación. Desearía por todos los medios no haber descubierto todo lo que descubrió para el ya considerado maldito proyecto escolar. Aunque por otro lado se sentía más completa. Todos lo hacían en la familia.
De repente Lucía se sintió dentro de una burbuja de aire que la separaba del resto por una fina membrana, fina como una película de leche hervida. Se sintió alienada, separada de ellos, como en otro lugar. Sintió que sus oídos no escuchaban la organización de los retoques finales del proyecto, liderados —como no— por Lola. En su lugar sus oídos solo oían Golden Slumbers, la canción de The Beatles que tanto gustaba a sus padres y que sonaba en el coche en el momento del accidente.
...Sweet pretty darling do not cry
and I will sing a lullaby...
Para ella esa era la canción más bonita, y su maravilloso estribillo sonaba en su mente una y otra vez, en bucle, sin poder hacer nada para sacarlo de su cabeza. Furtivamente, sin que ni siquiera ella misma lo supiera, una lágrima le recorrió la mejilla. Recordó a su madre y a su padre cantarla juntos, emocionados, en el coche, en casa, en cualquier lugar. Eran momentos felices, alegres, pasados, muy en el pasado. Pero sintió que cantaba con ellos, que les tocaba, que les podía sentir y oler. De repente recordó otras canciones, Ruby Tuesday, de The Rolling Stones; Starman, de David Bowie..., Pero Golden Slumbers era la canción de su infancia, la que asociaba indisolublemente a sus padres, a su familia, y a los mejores momentos de su vida.
Su cara fue poseída por la tristeza como si una máscara hubiera dado un brinco y se hubiera apoderado de ella. Inevitablemente, todos se acabaron dando cuenta, y la miraron preocupados, conscientes de que una vez la investigación había finalizado, se vendría abajo.
Respetaron sus tiempos y, tras unos segundos, mientras se secaba las lágrimas, y volviendo en sí, se dirigió a todos.
—¿Os importa que en la portada del proyecto aparezca la foto de Abbey Road?
Fue una pregunta como lanzada al aire, sonó inesperada, como un tiro a bocajarro. Todos esperaban que sus palabras estuvieran relacionadas con sus lágrimas, no con el nombre de una calle inglesa. Quizás deseaban un comentario morboso sobre su pasado, si es que hubiera alguno que no conocieran ya.
—¿Abby Road? —Preguntó Juan.
—Es un disco muy conocido de The Beatles, un grupo británico famosísimo. No me digas que no lo conocéis. —Apuntó Ally con su acento nativo haciendo gala de su patriotismo, si bien ella se consideraba tan española como anglosajona.
—Veréis. Para mí sería importante, es como un homenaje a mis padres. Lloraba porque de repente me ha venido a la cabeza una canción de The Beatles que solíamos escuchar con frecuencia. Este proyecto va sobre ellos, y se lo quiero dedicar de algún modo, hacerles un pequeño homenaje.
—Pero claro que sí —contestó Juan—. Pablo lo editará y quedará perfecto.
Al comienzo de la afirmación Juan estaba dos cuerpos separado de Lucía, pero mientras pronunciaba sus palabras se aproximaba a Lucía hasta estar a su lado al final de ellas. La abrazó desde su posición, le achuchó el hombro, y le dio un beso en la mejilla. Era muy consciente del papel principal que tenía en esta situación.
—¡No hay ningún problema! —exclamó Lola esta vez.
—Me pongo ya con ello —dijo Juan resolutivamente. Somos cinco, edito la portada para que aparezcamos todos. Va a quedar superbién.
—Vale, una cosa en marcha. Yo me pongo con el índice. Tipo de letra Times New Roman, tamaño 12, como todo el trabajo —esta vez habló Ally.
—Yo redacto el prólogo, donde explicamos cómo surgió la idea, qué pasos hemos seguido, qué hemos descubierto... ¿Hasta dónde quieres que contemos? —Lola preguntó indecisa y con sumo cuidado.
—Hasta el final. Lo contamos todo, no pasa nada. Total, lo que hemos descubierto es que mis padres no estaban solos, que su mejor amigo estaba allí. Eso ha sido un shock para mí, pero para el resto no es un dato tan llamativo. Al decir cómo lo hemos descubierto y a través de qué medio, todo cobrará sentido.
Lucía sabía que cerraría este capítulo para siempre si contaban todo, hasta el final. Era consciente del revuelo que supondría, pero total, todo el mundo en el pueblo conocía su historia. Contarlo ayudaría a sanar.
— Yo redacto los primeros puntos, en los que decimos qué hemos descubierto y cómo. De las reuniones, de la distribución de las tareas...
—Y yo de los últimos, los de las conclusiones y lo que hemos aportado cada uno al proyecto.
—Entre Pablo y yo hacemos el PowerPoint para la presentación. —Ally puso el broche final.
Trabajaron durante horas todos juntos, en la buhardilla. Era tan agradable el clima de esta estancia, que les resultaba muy fructífero para la concentración. Al final de la tarde lo tenían todo finiquitado. Quedaron en que Pablo lo montaría todo y una vez hecho se lo mostraría. Una vez dieran el visto nuevo se pasarían las copias y Lucía ensayaría la presentación. Se ofreció voluntaria, le apetecía decir a viva voz, ella misma, que sufrió un accidente del que ella sobrevivió, donde sus padres murieron. Hablaría de la cámara, de la herramienta de trabajo de su padre y de su abuelo. Contaría a toda la clase, cómo se revelan fotos, cómo descubrieron el periódico británico, qué hicieron después... Todo por una idea salida de esa misma buhardilla, cuando encontró esa vieja cámara olvidada.
El lunes siguiente, el día de la presentación, les tocaba exponer en segundo lugar. La profesora de lengua les dio entrada.
Daba impresión estar delante de todos, pero Lucía era buena hablando en público. Solían alabarle sus formas, su ritmo, tono de voz, su manejo del tiempo y del espacio. Y contó todo, tal y com ocurrió, tal y como había ensayado. Mientras todo the team la escoltaba, todos a su alrededor, se sentía apoyada, con fuerza, con ganas de exponer. Y lo hizo de maravilla. Pablo la escuchaba para pasar las imágenes al son de su relato. Una imagen del cuarto oscuro del abuelo, otra de la cámara en el viejo canasto de la buhardilla, otra del periódico en el coche, las referentes al camping, los cuatro juntos, sonrientes..., y las últimas mostrando nada, mera oscuridad, las relatoras de la muerte. Todo cuadró a la perfección, desde la portada de Abbey Road tuneada con sus nombres e imágenes, hasta la foto final. Fue un trabajo de diez, como la nota que obtuvieron, sobresaliente.
Solo hubo algo fuera del guion, algo que no esperaba nadie y en lo que ni siquiera ella misma había pensado con anterioridad, y era lo que el proyecto había supuesto a nivel personal, lo que sin duda dotó de más solidez y sentido a un trabajo escolar que había conseguido con creces los objetivos, cómo a partir de un objeto antiguo habían podido descubrir unas pistas que les habían conducido a un dato desconocido para Lucía. Lucía realizó este añadido después de hablar sobre la conclusión, y ahí fue donde tuvo verdaderamente esa sensación de misión cumplida. «Ya está, conseguido.»
—Lucía —la llamó su profesora una vez salieron todos.
—¿Sí?
—¿Cómo estás? —preguntó con la certeza del duro proceso que tuvo que atravesar para llegar hasta allí.
—No sé, creo que bien, en paz, relajada.
—Ha debido de ser duro.
—Pff, no se lo imagina. Me revolvió todo todo desde el principio, a mis abuelos también, los pobres lo han pasado mal. Y no sabía que no estábamos juntos en el coche.
—O sea, ¿que el dato del amigo de tus padres es nuevo?
—Sí.
—Madre mía. Enhorabuena. Ha sido excelente. —Dijo mientras le acariciaba el brazo de arriba abajo—. Si alguna vez necesitas algo, cualquier cosa, ya sabes que estaré para ti.
—Gracias.
Y mientras cruzaba el umbral de la puerta, Golden Slumbers volvió a sonar en su cabeza.
...Sweet pretty darling do not cry
and I will sing a lullaby...
Y no pudo evitar pensar que todavía faltaba una pieza del puzle sin poner, y tendría que encontrarla.
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