Lucía y la cámara olvidada: -Capítulo 13: “La montaña rusa”
Lucía se quedó estupefacta.
«O sea, sí que hay algo aquí».
Ya no había duda. Tenía que seguir investigando, pero no sabía si quería o —si acaso— debía hacerlo. La aclaración de su abuelo la había dejado helada, a medio camino entre la esperanza y la desazón; sin ser capaz de discernir entre si quería o no quería saber más al respecto.
— ¿Qué? ¿Me estás diciendo que el hijo de Mario y Alicia vivía en Londres? Entonces esto lo cambia todo, ¿no? ¿No estábamos solos en el coche?
Con la calma que le caracterizaba, Miguel asintió aunque con muestras de extrañeza en su cara, y de la manera más parsimoniosa contestó a su nieta.
— Bueno, sí, aunque lo que no me cuadra es que Mario hijo se marchó a Londres después del accidente, no antes —y rascándose la cabeza añadió —la verdad es que dudo mucho porque durante esos días nosotros nos encontrábamos de viaje. Yo creo que él no estaba el día en que murieron, pero también es cierto que no tengo certeza de muchas de las cosas que ocurrieron esos días. No entiendo lo del periódico en el coche, aunque quizás no sea un periódico británico, como vosotras pensáis.
— Sí, claramente lo es. Mucho más grande que los de aquí —dijo con contundencia.
— ¿Me lo puedes enseñar?
Lucía subió corriendo las escaleras a la buhardilla como si al final del tramo le esperara el premio más cuantioso o como si sus pies trataran de escapar de una brasas, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba de vuelta en el salón con el brazo extendido y la fotocopia de la foto en su mano. Para Lucía no había duda, era la fecha del accidente, en formato británico, en un periódico que claramente no era español. Bastaron unos segundos para que Miguel se convenciera por sí mismo.
— Bueno, entonces, hija, sigamos investigando —exhaló mientras se acariciaba la nariz con el índice y el pulgar.
Magda permaneció en silencio, ausente, sin querer remover más el fango, sin querer intervenir por miedo a crear falsas acusaciones, falsas interpretaciones o falsas esperanzas. Prefería pensar que su hijo y su nuera murieron por un hecho accidental e involuntario, por una salida de la carretera en una curva donde el coche se descontroló y donde ellos perdieron la vida por no llevar atados los cinturones de seguridad. Ya está. Le costó mucho aceptar la realidad, y no iba a permitir que los pilares que sostuvieron su paz interior fruto de un esfuerzo que le llevó años, se desmoronaran de la noche a la mañana.
— Mira, abuela —Lucía ofreció de nuevo la fotocopia a su abuela, quien la miró con la mayor desgana que fue capaz. —¿Tú qué piensas?
— Yo..., yo no sé ni qué pensar.
Y sus últimas palabras se desvanecieron en un susurro, y este en un sollozo que intentó disimular ahogándolo con su propia mano.
— Perdonad pero no puedo.
Y abandonó la habitación.
Minutos más tarde, cuando Lucía y Miguel se encontraban en la buhardilla preparando todo para revelar los siguientes carretes, Magda apareció de nuevo de la manera más sigilosa. tan sólo un leve carraspeo anunció su presencia.
— Mario estaba con ellos.
— ¿Qué? —contestaron Lucía y Miguel al unísono.
Magda parecía saber más a juzgar por el silencio eterno que siguió después. Parecía no querer recordar ni hacerle recordar a Miguel un dato esencial que podría dar alas a la investigación, y no estaba segura de querer hacerlo. De los dos, sin duda Magda sobrellevó el trágico con más entereza y fortaleza, y no estaba dispuesta a alterar la ya endeble salud de su marido con un sobresalto tan importante.
— Mario había estado en Londres unos días para buscar un lugar donde vivir. Quería mudarse y probar un tiempo fuera. Al parecer, según me contó Alicia, no estaba pasando por un buen momento y quiso echar tierra de por medio para evadirse un poco. Pensaba que cambiando de aires las cosas irían mejor. Así que, sí, ese periódico es británico y era de Mario.
— Pero, ¡tenía exactamente la fecha del día del accidente! —inquirió Lucía.
— Sí, él volvió ese mismo día de Londres. Tus padres lo recogieron del aeropuerto y se lo llevaban directamente de viaje. Bueno, primero pasaban por casa a saludar a sus padres, claro. Seguramente compró el periódico antes de embarcar. Él sentía adoración por ellos, y cualquier plan que propusieran le parecía bien. Pasasteis el fin se semana de campamento.
Hubo más silencio. El testimonio de la abuela reveló datos nuevos que Miguel y Lucía desconocían. Lucía se llevó las manos ala cabeza para hacer que todo cuadrase.
— Bueno, eso explica lo del periódico en el coche —Lucía habló como al Infinito. —Pero quizás haya algo más. Quiero saber qué más hay.
El proyecto escolar estaba removiendo un episodio de la historia familiar demasiado trágico y Magda no tenía fuerzas para enfrentarse a ello de nuevo. En su fuero interno había llegado a su límite, ya no tenía más que aportar. Miguel, no obstante, tenía más ganas que nunca de ayudar a su nieta, por ella y por él mismo, pues siempre consideró que el accidente no fue tratado con la suficiente diligencia y nunca aceptó la versión que dio la policía de que su hijo y su nuera murieran por no llevar el cinturón de seguridad puesto. «Eran adultos responsables, ¿cómo arrancaron el coche y condujeron más de cinco kilómetros sin que ninguno de ellos se abrochara el cinturón? Bueno, al menos sí que ataron bien a la niña.». De manera que sí, ayudaría a su nieta para encontrar aquello que fuese capaz de arrojar más luz al asunto.
A mitad de la semana siguiente the team se volvió a reunir en la buhardilla. Quedaba poco para entregar y exponer el proyecto y mucho por hacer, pues con la nueva aparición de pistas no habían podido pasar de la fase uno, la recolección de datos. Aún quedaba llegar a todas las conclusiones, redactar el proyecto y darle el formato pertinente para ser expuesto en clase.
— A ver —Lola tomó el mando de nuevo. —Tenemos un coche, un periódico y...
— Y quizás algo más —no quiso dar todos los detalles revelados por la abuela. —Tenemos dos carretes más secándose que podremos ver estos días. Mi abuelo me está ayudando con el revelado.
— ¿Cómo que dos carretes más? —preguntó Pablo.
— Sí, en la cesta donde encontramos las fotos había dos carretes más. Creemos que pueden estar relacionados. Vamos, seguro que sí.
Luego carraspeó, y con el tono más solemne de que fue capaz, añadió:
— Mirad, creo que hasta aquí hemos llegado. Entiendo que esto se ha vuelto un asunto personal para mí, y no tenéis por qué continuar. Tenemos material suficiente para el proyecto, una cámara, un carrete, y unos datos reveladores: a partir de una fecha concreta hemos descubierto el nombre de un periódico británico que se encontraba en un coche español. Podemos hablar también de cómo hemos llegado a esa conclusión, a través del revelado de fotos, en qué consiste el proceso de revelado y con qué cámara lo hemos hecho. También podemos hablar del periódico en sí y de qué diferencia los periódicos británicos de los españoles o algo así.
Era evidente que Lucía había pensado en todo y que había material suficiente para ser expuesto en clase. Después de todo se trataba de un proyecto que debía reflejar un proceso de investigación que para su nivel académico era más que suficiente si los pasos estaban bien argumentados. Y lo estaban, verdaderamente lo estaban.
— ¡De eso nada! —protestó Lola.
—Por favor, no insistáis, no puedo más con esto. Prefiero no arrastraros.
Lucía estaba exhausta emocionalmente. Sentía que había estado en una montaña rusa. Pero también que el vagón en el que viajaba había perdido el control y se dirigía cuesta abajo y sin frenos. Sus palabras, al mismo tiempo, hirieron a los presentes, pues ninguno quiso aceptar que Lucía no los quisiese a su lado en algo tan vital para ella.
—¿Me dejáis sola, por favor?
Todos comprendieron que esta invitación a irse iba en serio, y respetaron esa decisión. Se marcharon cabizbajos. El último en marcharse fue Juan, lo que también respetó el resto, quien le propinó el abrazo más cálido de que fue capaz mientras le susurró al oído:
— Llámame si necesitas algo, ¿vale? Y la besó fugaz y amorosamente en los labios. Fue un beso de te quiero, de estoy preocupado por ti, de me importas. Y Lucía le contestó con una mirada de gratitud que Juan comprendió al instante.
—Adiós.
—Adiós.
Y ese vagón en el que viajaba volvió a subir, a subir rápidamente y a un destino desconocido, quizás hacia el infinito.
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