Lucía y la cámara olvidada -Capítulo 9 -“La noche de Halloween”

El 31 de octubre Miguel fue dado de alta.  Lucía sentía que por fin podía relajarse y que la normalidad, poco a poco, estaba volviendo a su vida. Se sentía más ligera, sobre todo espiritualmente, y sin darse cuenta había puesto el marcador a cero, como si a partir de ahora fuera a vivir una nueva etapa donde la mala suerte no tuviera cabida.


Todo el mundo en el instituto estaba entusiasmado por el acontecimiento del trimestre. Ya desde la etapa de primaria estaban acostumbrados a disfrazarse de fantasmas, brujas, gatos negros y a esculpir calabazas para los concursos escolares. Hablar de Halloween estaba tan incorporado como la Semana Santa, pues en los planes de estudios se fomentaba la enseñanza de esta festividad como elemento cultural de la lengua inglesa, y todos estudiaban inglés. 


Como cada mañana, Lola y Pablo la esperaban en el mismo banco, pero esta vez, al verla, dieron un brinco y caminaron rápidamente peleando por ser el primero o la primera en saludar



— ¿Cómo está Miguel? —Preguntó Lola a su amiga antes incluso de darle un beso. Se apresuró tanto al levantarse que empujó inconscientemente a Pablo, que estaba junto a ella.


— Pues ya por fin lo mandan a casa esta mañana —su cara estaba relajada. Sonó serena.


— Y..., ¿vendrás a la fiesta? —preguntó Pablo con incredulidad.


— No  es una fiesta  fiesta —corrigió Lola—. Es una quedada  en el parque, aunque iremos todos disfrazados.


—  Pues..., no sé, chicos. La verdad es que preferiría no ir y quedarme con mi abuelo.


— Bueno, entiendo —contestó Pablo.


— Pero al menos inténtalo, estarán todos —dijo Lola mientras guiñaba un  ojo—. Y por supuesto Juan también. 


Juan. Era oír su nombre y volvían las mariposas a su estómago.


— Bueno, ya veré. 


Ciertamente Lola le hizo replantearse la situación.


Ya en el instituto, sentados en sus pupitres, apareció el profesor de matemeáticas, su tutor, con una nueva alumna. No era común recibir la llegada de un nuevo compañero o compañera a esas alturas del curso, pero a veces, excepcionalmente, ocurría.  Y allí estaba ella, ni alta ni baja, castaña clara, melena por los hombros, ojos a mitad de camino entre el verde y el marrón, y cara amable. Lucía no sabía por qué, pero le había causado buena impresión.


— Chicos...,  a ver..., ¿podéis atender, por favor? — A Pepe, el profesor de matemáticas y tutor, le costó mucho callar a sus alumnos—. Esta es Ally, vuestra nueva compañera. 


—  ¿Ali de Alicia?   —preguntó el más atrevido.


— No, Ally de  Alllison,  listillo —contesto la nueva.


Lucía rebobinó y ahora decidió que ya no caía tan bien. No le gustaba la gente que hacía gala de malas maneras al hablar.


— Vuestra compañera —continuó el profesor— se llama Allison Wright. Acaba  de venir de Madrid porque han trasladado a sus padres...


— Mis padres  son ingleses, pero yo no, nací en Madrid —interrumpió Ally.


Su manera de contestar estaba restando amigos cada segundo que pasaba. Pablo y Lola tampoco  se quedaron entusiasmados con ella.


— Así que pediría que le deis la bienvenida amablemente, que os pongáis en su lugar y que le echéis una mano si lo necesita. Lucía, tú eres la delegada, ¿por qué no le enseñas el instituto después de esta clase? Es el recreo, así que no perderás clase.


«Siempre yo». Pensó con desgana. 



— Nosotros te acompañamos, no te preocupes —susurró Pablo.


Lola asintió para unirse a sus amigos. No se perdería por nada del mundo ese  momento único de ser de las primeras  en conocer a alguien.


El recreo llegó, así que los tres miembros de the team cogieron sus almuerzos y esperaron a Ally. Aunque intentaron disimular su falta de entusiasmo, resultaban poco creíbles aunque, una vez más, Lola llevó la voz cantante y tomó la iniciativa. Se le daba bien romper el hielo.


— Entonces, tus padres son ingleses, ¿no?


— Si, de un pueblecito cercano a Mánchester llamado Sale.


— Pero tú naciste  en  Madrid. —Añadió Pablo.


—Exacto —contestó Ally con timidez.


De repente volvía a parecer la chica de cara amable que llamó la atención de Lucía en un principio.


Ya en el patio, Lucía le indicó que el instituto estaba formado por dos edificios principales, el A y el B, de dos plantas cada uno, con varias pistas de fútbol y baloncesto, aunque también estaban dibujadas las líneas para practicar otros deportes, y un gran pabellón cubierto para otros usos. 


— Las aulas son muy fáciles de encontrar. El Salón de Actos y la biblioteca se encuentran en el Edificio A, y la cantina se encuentra en la planta baja del edificio B. —dijo Lucía con tono neutro.


— Todo es como en los hoteles.  Para ir al Aula B001 tienes que ir a la planta baja del Edificio B, y para el Aula A115, tienes que ir a la primera planta del Edificio A, ¿vale? —añadió Pablo.


— Para ir a la cantina es  mejor esperar al final del recreo porque se llena demasiado. —Apostilló Lola—. Y ya sabes que no se vende nada con azúcar.


Una vez que la primera impresión sobre Ally se había restaurado, Lucía decidió invitarla  a la fiesta de Halloween de esa misma tarde.


— Si quieres, hay una fiesta esta tarde en el parque. Todo el mundo irá disfrazado. Yo aún no sé si voy a ir, pero estos dos sí, así que si te apetece, es una buena manera de conocer a gente.


Ally agradeció mucho ser invitada y quiso agradecer la invitación.


— Mirad, siento mucho haber parecido una maleducada antes, pero es que no me acogieron muy bien en mi anterior colegio, lo pasé muy mal, y sin poder evitarlo, me salen esas contestaciones, no sé si...


— Ni te preocupes por eso, con nosotros no vas a tener problema —tranquilizó Lucía.


— Muchísimas gracias.  Y..., ¿a qué hora habéis quedado?


— A las siete. Si vives cerca puedes venir con nosotros sin problema.


— Vale.


Ese día en el instituto transcurrió tranquilo. Al terminar, cuando sonó el  timbre, Lucía se topó con  Juan.


— ¿Vendrás a la fiesta esta tarde? —no pudo ocultar su vergüenza, estaba rojo  como un tomate.


— Pues..., no sé, ¿sabes? Mi abuelo va a volver a casa hoy y me apetece estar con él.


— Bueno, yo tampoco sé si voy a ir,  la verdad. En todo caso, hasta luego, ojalá nos  veamos.


— Vale, adiós.


A Lucía no le gustaba sentirse presionada para hacer nada. La verdad es que nadie lo hacía, pero sentía que ya había tomado una decisión y que la gente intentaba convencerla de lo contrario.


Al llegar a casa, fue corriendo a ver a su abuelo.


— ¡Hola!


— ¡Hola, hija! ¿Cómo  estás?


— ¿Cómo estoy yo? Bien. ¿Cómo estás tú?


— Bien, cansado pero bien.  Llevando una vida tranquila no hay nada de lo que preocuparse. No te preocupes por mí.


— ¿En serio? Vaya susto no has dado.


— Sí, ya lo sé, pero nadie mejor que nosotros sabe que hay que continuar con normalidad.


Las palabras le salían con dificultad Era obvio que aún se sentía cansado.


— Bueno, aquí estamos la abuela y yo para cuidarte.


— Ya lo sé, hija. Lo doy por supuesto.


Y permanecieron conversando unos minutos hasta que Magda anunció que la comida estaba hecha.


Como Miguel no podía moverse, le llevaron una bandeja con una sopa caliente y una sencilla tortilla francesa. De postre, un yogur. Se sentaron a su lado simulando un improvisado picnic, aunque sustituyeron las frías piedras del monte por cómodos sofás, y la incomodidad de comer en el suelo por el confort de hacerlo sobre una mesa.


Lucía y Magda conversaban. Contaban anécdotas familiares para distraer a Miguel, que respondía con una sonrisa de vez en cuando, hasta que quiso contribuir preguntando:


— ¿Qué tal han ido las clases esta semana?


— Bien, como siempre. Ha venido una compañera  nueva, parece maja. Y hoy hay una fiesta en el parque, pero no sé si ir...


— Bueno, como siempre no, que venga alguien nuevo es una novedad. Y, por otro lado, sí que vas a ir —dijo Magda con contundencia.


Lucía miró a su abuela extrañada. Nunca alzaba la voz, y nunca sonaba dura, per esta vez sí que lo hizo.


— Pero abuela, prefiero quedarme aquí con vosotros...


— Ve, Lucía. Disfruta. —Esto lo dijo el leve hilo de voz de su abuelo.


— Sí, pásalo bien. Ve con tus amigas y amigos. Haz cosas de tu edad. Cuajado vuelvas, nosotros estaremos esperando. Y luego nos cuentas todo, ¿vale? —Dijo añadiendo una sonrisa y con un tono más amable.


Así que, no hubo más discusión.


A las siete menos diez Lucía quedó en le banco de siempre con the team. Lola se había encargado de quedar antes con Ally, pues vivían cerca.


Iban ataviados de lo más variopinto. Por un lado estaba Pablo, que no le gustaba mucho eso de disfrazarse,  así que se puso unos pantalones ajustados negros, una camiseta lila y se pintó la cara de The Joker. La verdad es que resultaba inquietante.   Por otro lado estaba Lola, que le encantaba llamar la atención. No le faltaba detalle a su  Harley Quinn. Ally optó por Catwoman, y Lucía por un discreto Miércoles  Adams, eso sí, sin peluca, se hizo sus propias trenzas y no se puso la cara blanca.


Al llegar al  punto de encuentro, Lucía buscaba a Juan con la mirada. «Ojalá venga», pensaba. Se reunieron con muchas más personas de su instituto y de otros. La verdad es que había un gran tinglado montado con música, comida y bebidas. Aunque ellos aún no estaban en el punto  de  otros  de sus compañeros, de vez en cuando tomaban una cerveza, era lo máximo que bebían, pero no se  escandalizaban cuando veía hacerlo los demás, era habitual y una forma de socializar. Después de un rato saludando a gente, alguien le susurró al oído:


— ¿Truco a trato?


El anonimato que lo otorgaba el disfraz dotó a Juan de valentía  para acercarse a Lucía, que lo reconoció al instante y se sonrojó.  Un escalofrío le recorrió la espalda.


— ¡Eh!—exclamó fingiendo no haberle reconocido. 


— ¿No sabes quién soy? —Ir acompañado por dos amigos que  le hacían de guardaespaldas le armaba de valor.


— No —mintió.


— Soy Juan —dijo mientras se quitaba su máscara de Scream.


— Ah, ¡eres tú! —contestó enseguida, aunque su despiste no resultaba nada convincente—. No sabía si te vería por aquí. Miércoles Adams estaba ruborizándose. 


—  Sí, bueno. La verdad es que siempre vengo, bueno, desde el año pasado, vamos, siempre siempre no.


Juan se estaba liando, sabía que si seguía hablando acabaría dudando él mismo de cuándo empezó a ir a la fiesta.


— Bueno —prosiguió— estaremos por ahí, si te animas, serás bienvenida.


— Vale, si eso ahora me paso.


El corazón le palpitaba a mil por hora. 


En cuanto se marcharon Juan y sus amigos, the team y Ally se acercaron para hablar con ella. 


—Madre mía, tía, anda que no se nota lo colado que está —dijo Lola, tan perspicaz como siempre.


— Ya ves... —dijo Pablo.


— ¿Por qué no nos pasamos en un rato? —dijo Ally. No sabía por qué, pero se sentía  en  confianza con ellos.


— Bueno, pero un rato y enseguida, que me sabe mal por mis abuelos.


Durante un gran rato, Lucía, Lola, Pablo y la recién llegada Ally se lo pasaron n grande compartiendo risas con los demás. Ally sabía que había tenido suerte en dar con ellos. Al cabo de un rato, Lucia se armó de valor y dijo:


— ¿Quién me acompaña?


— Yo voy contigo —dio Ally.


—Y nosotros —continuó Pablo, que nunca abandonaba a  su amiga desde  la guardería.


— Id vosotras, Pablo y yo vamos ahora  —dijo  Lola poniendo una cara rara. Parecía nerviosa.


—Vale, os esperamos allí.


Y Lucía  y Ally se marcharon, Lucía a medio camino entre la vergüenza y el ataque de nervios.


— Hola —dijeron las dos.


Los holas se sucedieron hasta que Juan las presentó al resto, aunque algunas eran caras conocidas del instituto.


Ver a Juan en su salsa fue una sorpresa para Lucía,  pues conoció una vertiente desconocida, o más bien, muchas. Resultó ser gracioso, nada exagerado, pero lo necesario para sobresalir en comentarios inteligentes que  hacían sacar una sonrisa a la gente. No era líder lo que se dice líder, pero era evidente su peso en el grupo, y se notaba muy querido. Todo esto, a medio  camino entre ser perfil bajo y no serlo, encantaba a Lucía, pues ella misma se sentía así. 


Tras un rato que para ella fue inolvidable, decidió que ya era hora de volver a casa. Se despidió de Juan y de sus amigos, y decidió avisar a Pablo y a Lola de que ya se  iba a casa. «¿Dónde se habrán metido?» Pensó.


Juan se apartó del grupo para despedirse de ella y le dijo:


— Bueno, mañana continuamos con el proyecto, ¿no? ¿A las seis en tu casa?


—Sí, claro. A  las seis. 


Sus miradas se sostuvieron durante unos segundos  interminables en los que ambos deseaban acercarse unos centímetros para poder llegar al otro, pero aguantaron estóicamente, sabían que tarde o temprano ocurriría, o eso esperaban.

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