El Ramo
Antes de llegar a sus manos, el ramo que custodiaba la entrada de su casa no era más que una montón de florecillas esperando a ser elegidas para ser entregadas a una persona que, a buen seguro, apreciaría su belleza. Estas flores no se imaginarían ni en sus peores pesadillas que serían cortadas de sus raíces ni que emprenderían su último viaje hacia un lugar que, aunque falsamente acogedor, representaría el principio de su fin como el paredón de fusilamiento lo fue para tantos condenados.
A Marta le gustaban las flores vivas. Tener un montoncito de cadáveres vegetales en casa sabiendo que en cuestión de días no quedarían más que tallos retorcido e incoloros y un ligero pero dulce olor a putrefacción en el agua que las alimentaba no le gustaba nada: «flres muertas, en mi entierro», pensaba.
Pero ese ramo quería significar algo, y lo cierto es que significaba mucho, muchísimo, especialmente viniendo de la persona que se lo entregó.ñ, así que decidió cambiarlo de lugar mudándolo de la sosa entrada de su apartamento al enorme salón que era la pieza principal de su hogar, para acabar presidiendo la robusta mesa de madera de roble que heredó de sus abuelos.
Hay ramos que significan perdón; otros, te quiero; muchos otros, felicidades. Pero el suyo, una preciosidad elaborada con rosas rosas y blancas, elegantes y esbeltos lirios, tulipanes violetas, gerberas moradas y naranjas, limonium y otras flores de relleno, estaba realizado con tanto esmero que Marta compadeció a su autor, «habrán tardado horas en hacerlo», se dijo. Cada flor ocupaba un lugar exacto. Cada una de ellas resaltaba sin robar protagonismo a sus compañeras y todas ellas parecían interpelar a quien las admiraba impidiendo que nadie pudiera apartar su mirada de un todo homogéneamente dispar.
Ni siquiera Marta, mucho menos ella. Lo miraba a todas horas. Cada vez que pasaba por la puerta del salón, lo miraba; cuando ansiaba admirarlo fingía necesitar algo de la habitación para recordarse a sí misma lo que esas flores representaban: una propuesta de matrimonio; cuando se acomodaba en el sofá para leer lo vigilaba por encima de los dedos de sus pies y pensaba: «sí quiero», sin poder evitar una sonrisa que a ella misma avergonzaba.
Pero después de varios días de mimos y de cuidados, mientras Marta disfrutaba de un momento de lectura, el ramo empezó a marchitarse y un pétalo de rosa cayó lentamente sobre la robusta mesa de madera que lo sustentaba. Los vivos colores que invadieran la estancia los primeros días se habían vuelto añejos, aunque aún conservaban su belleza original. El olor de las flores, de dulce afrutado, se había convertido en rancio. Y Marta se sobresaltó, se incorporó de su posición de lectura y comenzó a pensar en el significado de la caída de aquel pétalo: «¿Amor eterno o fin del amor?»
Sin duda la caída del pétalo representaba una bonita metáfora del amor que podía ser interpretada de varias maneras: el amor eterno, el duradero, permanece estable, aguanta hasta el final pese al deterioro. Se cansa y se gasta, pero conserva las cualidades del principio. Como ese ramo, bello como el primer día pese a su vejez, como las divas del cine que resisten y reniegan de retoques estéticos clamando la belleza natural a los cuatro vientos. Pero también como amor entendido como ente que muta y cambia con el tiempo hasta su quiebra, caída o ruptura.
Marta hiperventiló sin poder evitar presagiar un futuro de mal agüero. Se decantó sin saber por qué por la segunda opción y se agobió hasta el punto de no poder conciliar el sueño. ¿Debía o no debía casarse?
Tras pasar la noche en vela, mientras cumplía con sus rituales mañaneros, tuvo una revelación: había más interpretaciones posibles. Si el ramo representaba el amor, este no tenía por qué morir siempre, ni tampoco durar eternamente en todos los casos. Hay flores que se pudren y otras que resisten el paso del tiempo conservando para siempre su esencia a pesar de la sequedad. El ramo original, pues, podía transformarse en uno nuevo, con apariencia totalmente diferente, si se juntan las flores que aguantan el paso del tiempo y se descartan las podridas, las que no sirven más que para pudrir al resto. Las flores secas son flores supervivientes, fuertes, sabias conocedoras de lo que viene bien y de lo que pone piedras en el camino y debe ser descartado. Y esta visión del ramo, de su metamorfosis a otro tipo de ramo más estable y afianzado a pesar de las caídas y avejentamiento de sus pétalos, es la que Marta aceptó como verdaderamente única, y mientras apartaba las flores muertas de las aquejadas pero resilientes, frágiles pero bellas flores secas, Marta pensó: «Sí, quiero.»
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