El guion

Me llamo Nico, soy argentino y tengo cuarenta años. Soy videógrafo. Filmo bodas desde hace quince años y vivo en España desde hace ya casi veinte. Estoy en pareja con la madre de mis hijos desde hace más de una década. Paradójicamente, por diferentes avatares de la vida, nunca decidimos casarnos. Como se suele decir, los hijos, los nuestros se llaman Lucía y Pablo, unen con fiereza, pero no descartamos una boda civil, no multitudinaria, por petición de nuestra hija mayor, de cinco años, a quien le haría una ilusión tremenda.

Me gusta disfrutar de la vida al aire libre, sacar la cámara y, si las musas deciden hacer acto de presencia, fotografiar los momentos de ocio familiar, porque filmo por trabajo y fotografío por afición.

Hoy , como tantos sábados, trabajo. La gente dice que la crisis se cargó el negocio de las bodas, que la gente ya no se casa, y tal, pero yo debo ser un privilegiado, porque lo cierto es que no paro. Y no hablo solo de la temporada típicamente alta, de marzo a octubre. Puedo estar orgulloso de haber fidelizado mi marca y, tras unos primeros años de incertidumbre y de apoyo y lucha familiar constantes, filmo la friolera de cincuenta bodas al año, con sus respectivos trabajos de edición, que es lo verdaderamente tedioso y aburrido del negocio. Se puede decir que me va muy bien, que nos va muy bien. Pero hoy, a diferencia de otros sábados, no hay boda. Hoy, después de una planificación infinita, de la elaboración de tres borradores de un guion que nunca me satisfará lo suficiente, y de un sinfín de ideas que vienen y van, de borrones, de tachones, de dudas, de noches sin dormir y del terror a la exposición, me pongo en el lado visible de la cámara porque hoy, otros filman y yo figuro. Me tiemblan las piernas. Esto es sin duda lo más difícil a lo que me he enfrentado nunca. Y no porque no lleve las riendas de este caballo, sino porque me da miedo que el caballo se desboque, que se vaya por el camino equivocado y que no se entienda el rumbo que quiere tomar.

Aún no tengo título para este guion, mi tercer hijo, el único que parí yo. Pero tengo varias opciones: El Fin, Para Siempre, Mi Amor... Es curioso cómo solo encuentro títulos demasiado cursis o naif. Yo, que siempre me he desviado de la norma profesional y que siempre he escurrido el bulto ante propuestas tradicionales del tipo marcha nupcial de fondo o manos entrelazadas bebiendo cava. Pero es que esta vez me da igual. Ya no tengo margen de maniobra, el tiempo apremia y puede que esta sea la última oportunidad que tengo para que se vaya en paz y feliz. O quizás sea yo el que necesita decirle estas cosas para sentirme en paz y tranquilo cuando ella ya no esté. Porque esto es para ella.

He decidido que esta vez no habrá edición. Le diré todo lo que necesito decirle con la esperanza de que lo que no digo no se tendrá en cuenta. Todo está guionado en mi cabeza, y no tendré que recurrir a la improvisación dado que todo sale de mí. Todo está vivido, recordado, trabajado, disfrutado, jodido, pasado por terapia, roto, arreglado... No, no hay necesidad de florituras, ni de lazos dorados, ni de unicornios, ni de purpurina. Ella y yo manejamos nuestro propio código, indescifrable quizás para muchos. Un código que quedará en desuso ante la inminencia de su partida al otro mundo, que tristemente se acerca y que dejará huérfanos a mis hijos y a mí desvalido. ¡Dios! No sé si podré. Sí. Lo tengo que hacer.

[Enciendo la cámara. Me pongo enfrente].

- Muy buenas, mi amor. Aquí estoy, en medio del campo, en un día con un sol maravilloso. Esto es para decirte que te quiero con locura. Que siempre te querré, te amaré y te miraré, estés donde estés. Estos años han sido maravillosos. Recuerdo cuando nos conocimos. Madre mía, cómo lo pasábamos. Y cómo nos entendíamos y nos hemos entendido siempre. Quiero que sepas que no importa todo lo que nos hemos dicho o te he dicho en momentos de cabreo. Siempre he tenido un millón de motivos para querer seguir contigo, para tener hijos contigo. Les haré saber lo que ya saben: que eres una mujer maravillosa. Lo dedicada que eres en el trabajo y, sobre todo, lo generosa que eres con el prójimo, con la familia y con los amigos. Con nosotros. ¡Dios! Cuánto me has ayudado. Y cuanto te he querido y te querré. Tus hijos te aman. Sabrán de ti, y te conocerán, descuida. Pero me apena que crezcan sin ti y se pierdan tu esencia. Les vas a hacer mucha falta. Vete en paz, cariño. Te quiero.

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